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Sociedad del conocimiento La ciencia es tan importante en nuestra cultura como la literatura

La ciencia es tan importante en nuestra cultura como la literatura

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Todos sabemos quién es Shakespeare, incluso sin haberlo leído, pero la mayoría no podríamos responder si nos preguntaran: ¿quién fue Lavoisier? El nombre de Octavio Paz es casi de total conocimiento en la cultura popular, pero... ¿qué nos dice el nombre Harold Kroto? No es que el Premio Nobel de Física desmerezca atención o haya trascendido más que el Nobel mexicano, tampoco se trata de comparar personajes, el punto es que en la cultura nacional e Iberoamericana permanece la idea, o intención, de manejar ambos campos de manera distante, como si fueran dos culturas distintas.

Al menos así lo reflexiona Miguel Ángel Alario y Franco, catedrático de la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Complutense de Madrid, España, quien visitó el país para recibir hace algunos días el Premio México de Ciencia y Tecnología, que otorga la Presidencia de la República, y al cual el científico se ha referido como un galardón equivalente al Premio Cervantes en la literatura.

Si bien la lengua española ha dado grandes frutos dentro de las letras en la historia de nuestros países y la ciencia ha avanzado a un ritmo menor, guardando la debida diferencia con España, para el investigador, como para muchos colegas más, ambos deben formar parte de una misma cultura en nuestras poblaciones.

“Hay que tener cultura y ésta no sólo es literatura, para nosotros no vale el argumento de ‘yo soy de ciencia, no importa si no sé quién era Cervantes’”, ejemplo que regularmente no funciona a la inversa. Por ello, esta inserción sobre qué es la ciencia y para qué sirve en la población, agrega, es un reto importante para las sociedades iberoamericanas, responsabilidad compartida entre sector público, medios masivos de comunicación y comunidad científica.

Es así, con la premisa de ciencia es cultura, que el experto en química del estado sólido, y uno de los científicos más distinguidos de su generación, expresa que el símil entre la distinción que recibió en el país y el Premio Cervantes es justo.

“El Premio México es uno muy serio, y no porque me lo hayan dado a mí, sino debido a que los científicos que lo han obtenido, después de una rigurosa selección, tienen el nivel más alto en el mundo. Entre las diferencias (con el Cervantes) está que la literatura es más importante que la ciencia para la gente en general”, puntualiza.

Dicho galardón es entregado por la Presidencia, por conducto de su Consejo Consultivo de Ciencias, cada año a un científico de Iberoamérica, exceptuando México, cuya obra sea de gran impacto internacional y haya formado una escuela o recursos humanos significativos. El científico español fue galardonado en su edición 2009, en tanto que para 2010 el ganador fue el académico portugués Boaventura de Sousa Santos; ambas ceremonias de premiación se llevaron a cabo en días pasados en la Residencia Oficial de Los Pinos.

MÉXICO. Alario y Franco recuerda que su relación con México se afianzó en 1996 con la realización en el país de la Cátedra América del Instituto España. Desde entonces ha habido una continua colaboración con colegas mexicanos y derivado en un intercambio constante de estudiantes en sus grupos de trabajo. Motivos entre los cuales el presidente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España apunta que México es como su segunda patria, lo que quedó asentado en su discurso en Los Pinos la semana pasada.

En entrevista con Crónica, el científico ahora refiere sobre cómo la ciencia en México está en un término medio, similar que hace 30 años la había España, aunque rescata que hay importantes grupos de trabajo e individualidades comparables a los de EU.

“En México se requiere mucha inversión del sistema público como del sector privado para avanzar; el ramo mejorará más deprisa o más despacio conforme el impulso económico que se le brinde”.

La sociedad del conocimiento, donde la divisa que prevalece es el resultado de la investigación, innovación y tecnología, es una era a la que no toda Iberoamérica ha sabido acceder, con las claras excepciones de España y Brasil en primer lugar. El investigador, miembro de la Real Academia de Ciencias de España, acota que ya no es momento de sólo vender materias primas y maquilar, sino de hacer más investigación.

A largo plazo “vender petróleo y gasolina es un mal negocio, como lo es vender uranio enriquecido”, sostiene, “y si México quiere salir del semi-subdesarrollo, la ciencia le vendría muy bien”.

SUPERCONDUCTORES. Entre las principales contribuciones científicas del catedrático de la Complutense destacan sus trabajos en ciencia de materiales superconductores de altas temperaturas críticas, de los cuales ha descubierto varios. Ha estudiado y patentado una familia de superconductores no tóxicos (libres de mercurio o talio) con las más altas temperaturas críticas, incluyendo uno con temperatura de 117.5º K y que constituye el máximo obtenido en este tipo de materiales. En total su grupo de investigación ha reportado más de 120 materiales nuevos.

¿Pero qué le puede decir la superconductividad a la gente común? ¿Acaso lo mismo que el electromagnetismo en el siglo XIX? Tal vez es muy temprano para hacer comparaciones, aunque sean desacertadas. Sin embargo, el científico repara sobre los beneficios que ya son asequibles en la actualidad.

Un superconductor es un material que conduce la energía sin resistencia, por lo que no hay pérdidas de ésta; pueden además conducir más electricidad que los conductores actuales, son como “camiones más grandes”.

Esta tecnología permitiría en un futuro, que está a la vuelta de la esquina, ahorrar energía y, por lo mismo, costos, mejorar la eficiencia entre una central y el consumidor directo.

Superconductor es sinónimo de potencia, la misma que necesita, por ejemplo, el más grande acelerador de partículas del mundo: el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en ingles), en el Centro de Investigaciones Nucleares Europeo, que chocará núcleos atómicos a la velocidad de la luz para develar algunos de los secretos mejores guardados del Universo después del Big Bang. Para acelerar las partículas y colisionarlas a casi la velocidad de la luz, el LHC necesita de cantidades de energía que sólo pueden mantener sus miles de imanes superconductores.

Sin embargo, el fin último no es del todo la física de partículas, habría que hacer de los superconductores un uso más asequible para la población en general. El principal problema de estas tecnologías, recuerda Alario y Franco, es que funcionan a muy bajas temperaturas y se enfrían con helio o nitrógeno líquido. Entonces resulta insostenible si hay un ahorro de electricidad pero una pérdida al enfriar un cable superconductor. El trabajo del investigador se ha enfocado al análisis y estudio de materiales superconductores que actúen a temperaturas mucho más altas, en busca de hacer más costeable la tecnología en el futuro.

“Estos materiales, aunque complejos y caros aún, empiezan a sustituir el clásico cable de cobre en algunas ciudades. La superconductividad no ha llegado a cumplir las expectativas de abaratar costos en los materiales, pero se trabaja en investigar en ello”.

Algunas de sus investigaciones podrían no tener rendimientos económicos a corto plazo pero, cita, en el mundo no hay ciencia pura (básica), ni aplicada, sino ciencia aplicada y ciencia aún no aplicada, “pero a la larga toda servirá para algo”.

El científico se dice satisfecho con lo que ha logrado hasta ahora, dentro de una trayectoria que con gran esfuerzo ha dado frutos, bajo un lema de Virgilio que citó en su discurso el viernes pasado: “dichosos aquellos que entienden la causa de las cosas”, y el cual afirma que ha seguido a lo largo de su vida.

Aun así, en esta carrera científica puntualiza que es un corredor de fondo y que todavía no ha llegado a la meta. Retirarse no es una opción, porque su trabajo aún no acaba, porque el término conclusión “no cabe en la ciencia, no cierra ninguna puerta. Y yo sigo haciendo cosas”.

Fuente: La Crónica