El siglo XX se caracteriza por ser un periodo con tasas de crecimiento económico relativamente constantes y elevadas, cuyas fuentes fueron al menos tres: el rápido cambio tecnológico, el incremento en los intercambios internacionales y las transformaciones en las estructuras organizacionales. Si trazamos una curva que represente el fenómeno tendería hacia la vertical. Sin embargo, simultáneamente se ha presentado un deterioro constante del medio ambiente, pues el desarrollo económico también es depredador, e históricamente se ha comprobado sus nefastas consecuencias para los ecosistemas.